Esta vez os traigo una canción exclusivamente; el que aquí escribe no sabe ni flowers de quienes son los Waterboys, a que se dedican, como sobreviven o qué demonios les pasó por la cabeza cuando en 1988 escribieron esta genialidad (nada mas de lo que he escuchado de estos llega a la suela de los zapatos de este temazo), pero la inspiración, clarividencia y corazón que rebosa la canción le sitúa en lo alto de mi altar particular de grandes-detonaciones-seguidas-de-la-desolación-mas-absoluta, compartiendo honores con Fairground Attraction, Dusty Springsfield, The Troggs, Bobby Hebb, o el único e inmitable Don McLean. Cualquier día de estos me lío la manta a la cabeza y os preparo un megapost de grandes joyas a cargo de por lo demás mediocres autores. Conéctense, conéctense, que habrá premio.
En fin, la canción que os traigo destaca por ese aire celta-folk, el violín, la mandolina, y la voz inflamada de whiskey barato. Solo escucharla y te echarías a la mar en un pesquero Bermeano a cambio de un plato de arroz. Solo puedo pensar en el loco y degenerado Shane McGowan (cantante de The pogues) cantándola mejor, y posiblemente lo haya hecho (aunque no se acuerde). Aquí os la dejo, en un concierto donde suena decentemente.
Y la letra, de esas que emocionan, aquí mismo
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